Todos queremos ser brillantes en nuestras acciones pero no en nuestra piel, así que todo aquello que nos haga brillar cual luciérnagas no suele ser del agrado de nadie (salvo a la Paquita que le gusta ir con la piel como si se la hubieran encerado) y en el caso de los chicos que no usan polvos matizantes u otros recursos más típicos de las féminas, el problema de los brillos suele ser un engorro aún mayor (que se lo digan a mi querido Dorian Gray que lo que más tiempo le lleva en su rutina diaria, es corregir brillos).
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